“La mente humana es una mezcla de cosas neurales, corpóreas e incluso extracorpóreas.”
Steven Pinker
Aunque durante mucho tiempo se ha considerado que el sistema nervioso y el sistema inmune (el que nos protege de los elementos y células invasoras) no estaban relacionados entre sí, años de investigación han demostrado que entre ambos existe una íntima relación: nuestra psique, el sistema nervioso, el sistema inmunitario y el endocrino funcionan coordinadamente para mantener el equilibrio y funcionamiento del organismo.
El sistema nervioso autónomo está conectado con los órganos y tejidos responsables del sistema inmune y en este inciden las hormonas que se segregan desde la glándula pituitaria, situada en el cerebro. Uno de los ejemplos más claros de la relación existente entre la mente y el cuerpo lo hallamos en los efectos del estrés en nuestro sistema inmunitario.
Tanto si se trata de un agente físico como si obedece a elementos psicológicos, el estrés inhibe nuestra respuesta inmunitaria, es decir, reduce nuestras defensas frente a los ataques externos, nos debilita, nos hace más vulnerables, al suprimir los procesos de inflamación. Esto ocurre tanto en primates, ratas, aves y otras especies animales como en los humanos. En mi libro “Una mente con mucho cuerpo” explico más en detalle cómo se da este proceso.
¿Qué es el estrés?
El estrés es una respuesta natural y necesaria para la supervivencia. Es una reacción fisiológica del organismo en la que entran en juego diversos mecanismos de defensa para afrontar una situación que se percibe como amenazante o cuyas demandas resultan elevadas o excesivas.
Cuando este estrés es excesivo y se mantiene en el tiempo puede dar lugar a la aparición de enfermedades y anomalías en el funcionamiento del cuerpo humano. Nuestra particular forma de afrontar y adaptarnos a las diversas situaciones y demandas es un factor determinante ya que, cuando percibimos que nuestros recursos no son suficientes para afrontar lo que nos sucede, es cuando podemos presentar las anomalías mencionadas.
El estrés, por tanto, surge de la interacción de:
- Un agente estresor (tipo de estímulo o situación problema).
- La evaluación del sujeto (cómo lo percibimos, si nos parece muy grave o incapacitante).
- La interacción entre el estresor y el sujeto.
Factores que modulan el estrés
El estrés viene modulado por factores psicológicos tales como las creencias personales, las formas de afrontar la adversidad, la pérdida de control, la ausencia de salidas o alternativas ante los problemas, o la capacidad para predecir el futuro inmediato o a largo plazo.
Por ejemplo, nuestra capacidad para prever los agentes estresantes nos ayuda a disminuir nuestra reacción al estrés. «Le molestará un poquito», nos suele anticipar el dentista o el médico estético, poniéndonos sobre aviso e influyendo en nuestra vivencia de mayor o menor estrés.
Pero, ojo, todo esto (la capacidad de predecir o de mantener el control) es, una vez más, relativo y no se cumple en todas las situaciones estresantes. Según estudios realizados por el científico y escritor Sapolsky, esto dependerá de variables como el contexto, la intensidad del suceso, el tiempo de anticipación, etc. Es decir, no es lo mismo que el dentista nos avise una semana antes de que la intervención nos va a doler un poquito a que nos avise justo en el momento de la intervención.
Las personas actúan de manera diferente ante situaciones similares. Hay personas más “resistentes” (resilientes) con muchos recursos tanto emocionales, familiares, cognitivos o emocionales, que consiguen adaptarse mejor que otros. Estamos hablando de personas con más o menos capacidades de afrontamiento (concepto acuñado por Lazarus y Folkman en 1986).
En la actualidad, el estrés forma parte de nuestras vidas, hasta el punto de que nos cuesta distinguir qué es exactamente lo que nos estresa, pues nuestras fuentes de estrés no son tan fáciles de identificar o presentamos estrés mantenido y ni siquiera somos conscientes de ello (es más, lo vemos como algo normal). Hay personas a las que incluso no les gusta estar de otra manera porque piensan que no es bueno relajarse al asociarlo a un menor rendimiento personal o laboral o un “bajar la guardia” que podría jugarles una mala pasada.
¿Cómo saber si estás estresado?
Existen ciertos síntomas que nos pueden hacer sospechar que estamos estresados, a los que hay que prestar especial atención.
- Síntomas emocionales: cambios de humor, irritabilidad, dificultad para relajarse.
- Síntomas cognitivos: dificultad para concentrarse, preocupación constante, fallos de memoria.
- Síntomas físicos: dolores de cabeza, náuseas, mareos, diarrea, pérdida de cabello, cambios en la piel.
- Síntomas conductuales: aislamiento, procrastinar en exceso, uso de tóxicos para relajarse, etc.
El estrés y la caída del cabello
El estrés es uno de los factores que causan la caída del cabello, siendo, en algunos casos, comparable a la causada por otras enfermedades crónicas, graves y amenazantes para la vida.
Pueden distinguirse 3 tipos de fenómenos principales (Boasse and Gieler, 1987; Koning et al, 1990; Cash, 2000):
- Estrés agudo o crónico como causa primaria de la caída de cabello.
- Estrés agudo o crónico como agravante de la caída cuando la causa patogénica primaria es de otro origen (ej. endocrina, metabólica).
- Estrés como secundario a la caída del cabello: círculo vicioso en el que el sujeto puede presentar emociones como vergüenza, rabia, frustración, miedo, enfado, tristeza, preocupación, etc. que, a su vez, actuarán como perpetuantes del ciclo de caída del cabello.
¿Cómo combatir la caída capilar por estrés?
El hecho de que la caída del cabello se haya asociado de manera tan contundente a la luz de la ciencia con el estrés, nos lleva a que el tratamiento de ciertas alopecias o pérdida de cabello no se limite a fármacos o tratamientos cosméticos, sino que también dependerá de trabajar nuestras estrategias de afrontamiento e incluso en algunos casos será necesaria una psicoterapia.
Una vez hemos identificado fuentes de estrés y algunos síntomas somáticos como la caída de cabello, es importante implicarnos en:
- Psicoeducación: conocer los mecanismos que provocan estrés tanto a nivel biológico como psicológico y entender cómo interaccionan entre ellos.
- Estrategias de adaptación y afrontamiento.
- Reforzar la autoestima.
- Hábitos de vida saludable: sueño, alimentación, vida social, reír…
- Ejercicio físico. Tiene un efecto directo sobre las endorfinas, nuestros opioides internos, y practicarlo puede ayudarnos a aliviar el dolor (relación con el efecto placebo), así como a sentir un alivio físico y psíquico, y a mejorar nuestro sistema inmune, haciendo que nos podamos recuperar más rápido de enfermedades. Además, tiene un efecto antidepresivo y juega un papel importante en la reducción de los niveles de las hormonas del estrés.
- Diario del estrés para la autoevaluación: ¿qué causó tu estrés?, ¿cómo te sentiste, tanto física como emocionalmente?, ¿cómo actuaste?, ¿qué hiciste?
Toma nota y aprende de tu estrés. Para combatirlo lo primero es identificar las fuentes de estrés en tu vida como por ejemplo pensamientos, sentimientos y comportamientos inductores de estrés.